Las que luchamos para sacar la cabeza del agua, y no nos hundimos nunca, en realidad somos las que no sabemos nadar.

Llegar a la orilla, no es el objetivo. Es surar, respirar y no ahogarse en el intento. De este modo es como capeamos las tormentas. Nadie sabrá nunca, el pavor que le tenemos al mar. Forma parte de nosotras.

Mujeres de agua forzadas a serlo, líquidas, mimetizadas entre la espuma y la sal.

No somos sirenas. Somos anguilas sobreviviendo a base de las descargas de nuestra propia electricidad, con las que os alumbramos el puerto en las noches más oscuras, hasta que llega el Alba, y vuestros ojos se fijan, sin quererlo, en la belleza superior de otra luz que brilla más alto, más firme, más tierna…menos incómoda.

La tormenta ya pasó. Para qué recordarnos?

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